El confidente de mis sueños

Ha sido un día duro, con mucho trabajo, algunos problemas y pocas soluciones. El camino de vuelta a mi hogar ha sido tedioso. Las peculiares colas de nuestra urbe atentaron contra mi paciencia. Los desaforados conductores públicos y los numerosos motociclistas hicieron mi viaje de vuelta a casa más pesado. Los problemas de la oficina me acompañan a la casa. El único consuelo que consigo en mi vida, es llegar a mi hogar y encontrarla a ella.

Vieja, desgastada y delgada. Cómoda, agraciada e inspiradora. La musa de mis sueños y mis pensamientos, el confidente de mis penas y mis alegrías. Conocedora de mis más enormes secretos y de mis más tontas aspiraciones. Cómplice de mis decisiones y mis acciones. Esa es mi almohada, mi mejor amiga. Fiel como ninguna, me acompaña a todos lados sin quejas ni excusas. Me cuida como mi madre y me aconseja como mi padre. Ha estado conmigo por poco más de 8 años y lo estará hasta que alguno de los dos muera.

Blanca como la nieve, cálida como mi hogar y grande como mis pretensiones, así es ella. Sin plumas que la rellenen, ni sofisticados sistemas, sino más bien clásica, repleta de algodón y muy acogedora. Cuando poso mi cabeza sobre ella, el mundo parece más claro, las dudas se disipan, las ideas llegan y los miedos desaparecen. Allí nacen mis pensamientos, justo en la parte más recóndita de mi cabeza posada sobre la mágica almohada. Los problemas se evaporan, las soluciones abundan. Mi panorama esclarece hasta el otro día.

Comienzo un nuevo día, la lucha continua. Los nuevos problemas nacen y las viejas soluciones no funcionan. Me toca continuar a ritmo acelerado, con ansias de volver a casa para que mi mejor amiga me muestre la fórmula mágica.